Hernán Alberro, Senior Fellow LAC Program,
Victims of Communism Memorial Foundation
En Abril el presidente de Ecuador, Daniel Noboa dio la orden a la policía de ingresar a la embajada de México en Quito luego de que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador otorgara asilo en la sede a Jorge Glas, ex presidente de Ecuador de 2013 a 2018 y sobre quien pesa una sentencia a 14 años de prisión. La policía asaltó la embajada y detuvo a Glas, acusado de complicidad con una red de narcotráfico.
Esto generó una gran indignación en la comunidad democrática internacional. México rompió relaciones diplomáticas con Ecuador de forma inmediata y aún se mantienen quebradas. La violación de la convención diplomática encendió la alarma en toda la región y los líderes latinoamericanos de todo el espectro político condenaron el incidente. Desde el Brasil de Lula Da Silva a la Colombia de Gustavo Petro, pasando por la Argentina de Javier Milei y la Alemania de Olaf Scholz, todos expresaron su indignación ante la flagrante violación al orden internacional. Incluso el Secretario General de Naciones Unidas, António Guterres sostuvo estar “alarmado” por el asalto.
Unos días antes de este incidente, a fines de marzo, seis líderes de la oposición en Venezuela y activos miembros de la campaña encabezada por María Corina Machado para las elecciones en el país, acudieron a la embajada argentina en Caracas en busca de refugio y protección. La sede diplomática abrió sus puertas y acogió a estos opositores que estaban siendo perseguidos políticamente por el régimen de Nicolás Maduro.
Las relaciones diplomáticas entre ambos países sudamericanos ya eran tensas. Javier Milei ya había realizado varias declaraciones expresando preocupación y condenando la grave situación de los derechos humanos en Venezuela, cosa que había disgustado al dictador de Caracas. Pero con el ingreso de estos seis líderes de la oposición y la aproximación de las elecciones en Venezuela, la tensión fue en aumento.
El régimen de Venezuela no dudó en comenzar a enviar señales amenazantes a la sede diplomática argentina, cortando el fluido eléctrico en varias ocasiones o rodeando la sede con oficiales de la seguridad del estado en un claro acto de intimidación.
La tensión tuvo su pico tras las elecciones de julio de este año en Venezuela, en las que las autoridades de forma fraudulenta declararon victorioso a Maduro para un tercer período de seis años en el gobierno a pesar de que todas las evidencias presentadas por la oposición dan un resultado opuesto.
En ese momento y tras fuertes declaraciones de Milei contra el fraude, Venezuela y Argentina rompieron relaciones diplomáticas. El cuerpo diplomático argentino fue expulsado inmediatamente de Venezuela y la embajada quedó bajo la tutela de Brasil. Sin embargo, lejos de esto calmar las aguas, parece que envalentonó al gobierno de Miraflores puesto que las redadas, cortes de luz y amenazas continuaron.
Incluso esta semana se denunciaron “actos de hostigamiento e intimidación contra las personas asiladas en la embajada argentina en Caracas”. Sin embargo, tras más de 6 meses de hostigamiento y amenazas, han sido aisladas las voces que expresaron preocupación por la situación. Algunos países de la región condenaron el asedio, así como lo hizo la Organización de Estados Americanos pero ciertamente no se generó un escándalo y crítica internacional como sí sucedió en el caso de la embajada de México
en Ecuador.
Se sabe que con estas cuestiones muchas veces existe un doble rasero y cierta hipocresía… ¿será que hay que esperar que las autoridades venezolanas finalmente derriben la puerta de la sede diplomática argentina para detener a los seis opositores pacíficos que allí se refugian para que haya una reacción clara de la comunidad internacional? ¿Hay que esperar a que un crimen se perpetre para expresarse en contra de la intención de cometerlo?
Yo creo que no. Y creo que la comunidad internacional debe tomar una postura más coherente en la defensa del orden internacional. Esta falta de coherencia se ha visto no solo en estos entuertos diplomáticos, sino también por ejemplo en las elecciones de Guatemala y Venezuela. En las primeras fueron muchos los esfuerzos internacionales por garantizar que se respete el resultado de los comicios, en Venezuela no pasó de la condena y la indignación.
¿Hasta cuándo vamos a seguir tolerando que la hipocresía diplomática ponga en riesgo nuestros valores democráticos y los estándares internacionales que tanto ha costado conseguir?